íà ãëàâíóþ   |   À-ß   |   A-Z   |   ìåíþ


29

Michael Corleone hab'ia tomado precauciones contra todas las eventualidades imaginables. Sus planes eran perfectos, y sab'ia ser paciente y meticuloso; esperaba disponer de todo un a~no para preparar las cosas. Pero el destino intervino, y no de forma favorable. El tiempo se acort'o debido a un fallo. Y el que fall'o fue el Padrino, el gran Don Corleone.


En una soleada ma~nana de domingo, mientras las mujeres estaban en la iglesia, Don Vito Corleone se puso sus ropas de faena -unos pantalones holgados de color gris, una camisa azul y un viejo sombrero marr'on-y se dirigi'o al huerto. 'Ultimamente, el Don hab'ia engordado mucho. Trabajaba en el huerto, dec'ia, para conservar la salud. Pero no consegu'ia enga~nar a nadie. Porque la verdad era que le gustaba cultivar sus hortalizas. Se sent'ia trasladado a la infancia, en Sicilia, sesenta a~nos antes; a una infancia sin temores ni la tristeza que hab'ia supuesto para 'el la muerte de su padre.


Ahora los guisantes presentaban unas hermosas florecillas blancas; y los fuertes y verdes tallos de los cebollinos rodeaban la parcela por completo. En un rinc'on, hab'ia un barril lleno del mejor fertilizante: esti'ercol de vaca, y cerca de 'este se levantaban las espalderas de madera que 'el mismo hab'ia hecho con sus propias manos, y por las cuales sub'ian las tomateras.


El Don se dispuso a regar el huerto. Deb'ia hacerlo antes de que el sol calentara m'as, pues entonces el agua quemar'ia las delicadas hojas de las lechugas. El sol era m'as importante que el agua, por esencial que 'esta fuese, y si se los combinaba de forma imprudente pod'ian provocar una verdadera cat'astrofe.


El Don decidi'o comprobar si hab'ia hormigas en el huerto. Si las hab'ia, significaba que las hortalizas ten'ian piojos, pues las hormigas persegu'ian a 'estos para com'erselos. En tal caso, deber'ia espolvorear las plantas con insecticida.


Hab'ia regado en el momento preciso. El sol empezaba a calentar, y el Don pens'o que hab'ia que ser prudente y previsor. Pero entonces se dio cuenta de que hab'ia algunas enredaderas que necesitaban varas para dirigirlas. Se inclin'o para realizar el trabajo. Cuando terminara con esa hilera, regresar'ia a la casa.


De pronto pareci'o como si el sol hubiera bajado a pocos cent'imetros de su cabeza. El aire estaba lleno de motilas doradas. El Don vio al hijo mayor de Michael cruzar el huerto a la carrera en direcci'on a 'el que estaba arrodillado, y le pareci'o que lo rodeaba una cegadora luz amarilla. Pero el Don no se dejaba enga~nar; era demasiado viejo para ello. Sab'ia que detr'as de aquella luz cegadora estaba la muerte. Con un adem'an, intent'o evitar que su nieto se acercara. De pronto, sinti'o como un fuerte martillazo dentro de su pecho, y le falt'o el aire. Cay'o de bruces al suelo.


El ni~no corri'o a Ikmar a su padre. Michael Corleone y algunos hombres que estaban en la entrada de la finca corrieron hacia el huerto y encontraron al Don con las manos y las rodillas en tierra, haciendo un supremo esfuerzo por incorporarse. Lo levantaron y lo condujeron a la sombra. Michael se acuclill'o junto a su padre, mientras los otros se ocupaban de llamar a un m'edico y de pedir una ambulancia.


El Don abri'o los p'arpados, deseoso de ver una vez m'as a su hijo. Debido al fuerte ataque al coraz'on, su piel, por lo general rojiza, se hab'ia vuelto azulada. Su estado era desesperado. Percibi'o los olores del huerto, la luz del sol hiri'o sus ojos, y murmur'o:


– !Es tan hermosa la vida!


Se ahorr'o la visi'on de las l'agrimas de las mujeres, pues muri'o antes de que regresaran de la iglesia, incluso antes de la llegada de la ambulancia y el m'edico. Muri'o rodeado de hombres, y con las manos del hijo que m'as hab'ia amado entre las suyas.


El funeral fue realmente regio. Las Cinco Familias estuvieron representadas por sus jefes y sus _caporegimi_. Tambi'en asistieron las Familias de Tessio y Clemenza. Johnny Fontane ocup'o la cabecera de determinados peri'odicos por el hecho de asistir al funeral, a pesar de que Michael le hab'ia aconsejado que no lo hiciera. Fontane, en una rueda de prensa, declar'o que Vito Corleone era su padrino y la mejor persona que hab'ia conocido, y a~nadi'o que para 'el supon'ia un gran honor que se le permitiera presentar sus 'ultimos respetos a un hombre a quien tanto hab'ia admirado.


El velatorio tuvo lugar en la casa de la finca, a la vieja usanza. Amerigo Bonasera efectu'o un trabajo perfecto. Abandon'o todas sus dem'as obligaciones y se dedic'o de lleno a preparar a su viejo amigo y padrino, con el mismo cuidado con que una madre prepara a su hija para la boda. Todos comentaban el hecho de que ni siquiera la muerte hab'ia podido borrar la nobleza y la dignidad de los rasgos del Don, y tales comentarios, como es l'ogico, llenaron de orgullo a Amerigo Bonasera. S'olo 'el sab'ia los 'improbos esfuerzos que hab'ia supuesto el dar al Don el mismo aspecto que hab'ia tenido en vida.


Al funeral acudieron todos los viejos amigos y servidores. Nazorine, su esposa y su hija, 'esta acompa~nada de su marido y de sus hijos. Desde Las Vegas llegaron Lucy Mancini y Freddie. Tambi'en estaba Tom Hagen y su familia. Y los jefes de las Familias de San Francisco y Los Angeles, Boston y Cleveland. El f'eretro lo portaban Rocco Lampone, Albert Neri, Clemenza, Tessio y, naturalmente, los hijos del Don. La finca y todas sus casas estaban llenas de coronas y flores.


Fuera de la propiedad esperaban los periodistas y fot'ografos. Tambi'en hab'ia una camioneta en cuyo interior se sab'ia que varios agentes del FBI filmaban el acontecimiento. Algunos periodistas que lograron introducirse en la finca se encontraron con varios hombres que les cerraron el paso, exigi'endoles que se identificaran y les mostraran la invitaci'on. Y a pesar de que fueron tratados con toda cortes'ia -incluso les sirvieron refrescos-, no se les permiti'o entrar en la casa. Intentaron hablar con algunos de los que sal'ian de 'esta, pero no consiguieron arrancar de nadie ni una sola s'ilaba.


Michael Corleone pas'o la mayor parte del d'ia en la biblioteca en compa~n'ia de Kay, Tom Hagen y Freddie. Recib'ia muchas visitas, pues todos quer'ian expresarle su condolencia. Michael los recibi'o a todos con suma cortes'ia, aun a aquellos que se le dirigieron a 'el llam'andolo Padrino o Don Michael. Kay fue la 'unica en darse cuenta de que en el rostro de su esposo aparec'ia, cada vez que lo llamaban de cualquiera de esas formas, una leve expresi'on de disgusto.


Clemenza y Tessio se unieron al peque~no grupo de 'intimos, y Michael les sirvi'o personalmente algo de beber. Se habl'o algo, no mucho, de negocios. Michael les inform'o que la finca y todas sus casas ser'ian vendidas a una inmobiliaria. El beneficio ser'ia enorme, lo que demostraba el genio del gran Don.


Todos comprendieron que el imperio Corleone no tardar'ia en trasladarse al Oeste, que la Familia liquidar'ia su poder en Nueva York, y que 'esta decisi'on se hab'ia demorado hasta el retiro o la muerte del Padrino.


Hac'ia casi diez a~nos que en la casa no reun'ia tanta gente, desde la boda de Constanzia Corleone y Carlo Rizzi, record'o alguien. Michael se acerc'o a la ventana, dirigi'o la mirada hacia el jard'in, y pens'o que mucho tiempo atr'as hab'ia pasado largos ratos en 'el, en compa~n'ia de Kay, sin sospechar siquiera cuan curioso ser'ia su destino. Y su padre, en sus 'ultimos momentos, hab'ia dicho: «!Es tan hermosa la vida!». Michael nunca hab'ia o'ido a Don Corleone pronunciar ni una sola palabra relacionada con la muerte. Deb'ia de respetarla demasiado para filosofar acerca de la misma.


Lleg'o el momento de ir al cementerio, el momento de enterrar al gran Don. Del brazo de Kay, Michael sali'o al jard'in y se uni'o a los que acompa~nar'ian el cad'aver hasta el cementerio. Detr'as de 'el iban los _caporegimi_, seguidos de sus hombres, y luego toda la gente humilde a la que el Padrino hab'ia ayudado en el curso de su vida. El panadero Nazorine, la viuda Colombo y sus hijos e infinidad de personas a las que el Don hab'ia mandado con firmeza y justicia. Estaban presentes, incluso, algunos que hab'ian sido sus enemigos, pero que ahora quer'ian rendirle un tributo postumo.


Michael lo observaba todo con una sonrisa herm'etica. El largo cortejo no le impresionaba, pero pensaba que si pod'ia morir diciendo: «!Es tan hermosa la vida!», se sentir'ia muy satisfecho. Estaba decidido a seguir los pasos de su padre. Luchar'ia por sus hijos, por su familia, por su mundo. Pero sus hijos crecer'ian en un mundo diferente. Ser'ian m'edicos, artistas, cient'ificos. Gobernadores. Presidentes. Lo que quisieran. Procurar'ia que se integraran en la sociedad, pero 'el, padre poderoso y prudente, procurar'ia no perder de vista a esa sociedad.


A la ma~nana siguiente, los miembros m'as importantes de la familia Corleone se reunieron en la finca. Fueron recibidos por Michael Corleone. Llenaban casi por completo la espaciosa biblioteca. Estaban los dos _caporegimi_, Clemenza y Tessio; Rocco Lampone, con su aire de hombre razonable y eficiente; Carlo Rizzi, muy tranquilo, como si no le cupiese duda de cu'al era su lugar; Tom Hagen, que hab'ia abandonado su papel, estrictamente legal, para prestar su concurso a la resoluci'on de la crisis; Albert Neri, que siempre trataba de permanecer lo m'as cerca posible de Michael, encendi'endole el cigarrillo, prepar'andole las bebidas, etc., para demostrar su inquebrantable lealtad a pesar del reciente desastre sufrido por la Familia.


La muerte del Don hab'ia sido una gran desgracia para todos. Con 'el parec'ia haber desaparecido la mitad del poder de los Corleone, que ahora, aparentemente al menos, nada podr'ian hacer para contrarrestar el creciente poder representado por la alianza Barzini-Tattaglia. Los reunidos se sent'ian un'animemente pesimistas, y esperaban las palabras de Michael con impaciencia. A sus ojos, 'este todav'ia no era el nuevo Don. No hab'ia hecho casi nada para merecer tal posici'on o t'itulo. Si el Padrino hubiese vivido, habr'ia podido asegurar la posici'on de su hijo, que ahora nada ten'ia de segura.


Michael esper'o a que Neri terminara de servir las bebidas. Luego, con voz tranquila dijo:


– Ante todo, quiero que sep'ais que comprendo lo que sent'is. S'e que todos respetabais mucho a mi padre, pero ahora es el momento de que os preocup'eis de vosotros y de los vuestros. Algunos seguramente os estar'eis preguntando hasta qu'e punto lo ocurrido afectar'a nuestros planes y las promesas que os hice. Bien, quiero que sep'ais una cosa: todo se har'a seg'un lo previsto. La muerte de mi padre no hace variar las cosas.


Clemenza sacudi'o su imponente cabeza. Su pelo ten'ia el color del acero, y sus facciones, que la grasa en nada favorec'ia, eran duras.


– Los Barzini y los Tattaglia se nos echar'an encima abiertamente, Mike. Tendr'as que aceptar las condiciones que quieran imponerte o luchar -afirm'o.


Todos se dieron cuenta de que Clemenza, al dirigirse a Michael, no lo hab'ia hecho con mucho respeto y, menos a'un, le hab'ia dado el t'itulo de Don.


– Esperemos a ver lo que pasa -respondi'o Michael-. Dejemos que sean ellos quienes rompan las hostilidades.


Con su voz grave, Tessio dijo, dirigi'endose a todos los presentes:


– Ya le han ganado la partida a Mike. Esta misma ma~nana han abierto dos oficinas de apuestas en Brooklyn. Me lo ha dicho el capit'an que lleva la lista de protecci'on en la comisar'ia. Dentro de un mes, me temo que no tendr'e en Brooklyn un solo lugar donde colgar mi sombrero.


Con expresi'on pensativa, Michael se qued'o mirando fijamente a Tessio.


– ?Has hecho algo al respecto? -pregunt'o al _caporegime_.


Tessio neg'o con la cabeza y afirm'o:


– No. No he querido crearte m'as problemas.


– Bien -dijo Michael-. Lim'itate a esperar. Y creo que eso es todo lo que por el momento tengo que deciros a todos. Limitaos a esperar. No respond'ais a ninguna provocaci'on. Dadme unas pocas semanas para arreglar las cosas, para ver por d'onde sopla el viento. Luego volveremos a reunimos y tomaremos una serie de decisiones concretas y definitivas.


Pretendi'o no darse cuenta de la sorpresa de sus interlocutores, a quienes Albert Neri, comenz'o, con toda cortes'ia, a hacer salir de la estancia.


– Qu'edate, Tom. S'olo ser'an unos minutos -dijo Michael.


Hagen se acerc'o a la ventana que daba al jard'in. Cuando vio que los _caporegimi_, Carlo Rizzi y Rocco Lampone, acompa~nados por Albert Neri, sal'ian por la puerta de la finca, se volvi'o hacia Michael y pregunt'o:


– ?Has conseguido asegurar todas las conexiones pol'iticas?


Con gesto de pesadumbre, Michael sacudi'o la cabeza y repuso:


– No del todo. Necesitaba de otros cuatro meses. El Don y yo est'abamos trabajando intensamente en el asunto. Pero tengo a mi lado a todos los jueces y a algunos de los miembros m'as importantes del Congreso. De lo que primero nos ocupamos fue de los jueces, naturalmente. Las autoridades de Nueva York, las que nos interesan quiero decir, no representaron problema alguno. La familia Corleone es mucho m'as fuerte de lo que todos piensan. Pero yo esperaba convertirla en algo de una solidez absoluta. Supongo que ahora ya sabes cu'ales son mis planes ?no?


– No fue dif'icil. Lo que s'i me cost'o entender fue por qu'e te empe~naste en dejarme al margen. Finalmente, me puse a pensar como un siciliano y descubr'i tus motivos.


Michael se ech'o a re'ir y dijo:


– Mi padre asegur'o que lo averiguar'ias. Te necesito aqu'i, Tom. Al menos durante las pr'oximas semanas. Ser'a mejor que llames a Las Vegas y hables con tu esposa. P'idele que tenga un poco de paciencia.


Hagen, con expresi'on meditabunda, pregunt'o:


– ?C'omo crees que intentar'an ponerse en contacto contigo?


– El Don y yo hablamos de eso, precisamente. A trav'es de alguna persona de mi confianza, Barzini intentar'a que vaya a verle por mediaci'on de alguien de quien yo no pueda sospechar.


Hagen sonri'o/y dijo:


– De alguien como yo.


Michael le devolvi'o la sonrisa y respondi'o:


– T'u eres irland'es; no confiar'ian en ti.


– Soy germano-americano -replic'o Hagen.


– Para ellos, eso es ser irland'es -dijo Michael-. No acudir'an a ti, como tampoco acudir'an a Neri, porque Albert Neri fue polic'ia. Adem'as, ambos est'ais demasiado cerca de m'i. No pueden arriesgarse tanto. Rocco Lampone, por el contrario, no est'a lo bastante cerca. Tengo la seguridad de que ser'a Clemenza, Tessio o Carlo Rizzi.


– Apostar'ia cualquier cosa a que ser'a Carlo -dijo Hagen.


– Ya lo veremos. No tardaremos en saberlo…


Fue durante la ma~nana siguiente. Hagen y Michael desayunaban. Michael fue a la biblioteca a responder a una llamada telef'onica, y cuando volvi'o a la cocina, dijo a Hagen, riendo:


– Ya est'a. Tengo que ver a Barzini dentro de una semana, para concertar un nuevo tratado de paz ahora que el Don ha muerto.


– ?Qui'en te ha telefoneado? ?Qui'en ha establecido el contacto?


Ambos sab'ian que quienquiera que fuese el que hubiera establecido el contacto, se hab'ia convertido en traidor.


Michael esboz'o una amarga sonrisa y dijo:


– Tessio.


Terminaron de comer en silencio. Mientras tornaban su taza de caf'e, Hagen coment'o:


– Hubiera jurado que el traidor ser'ia Carlo. O Clemenza, tal vez. Pero nunca Tessio. Es el mejor de todos.


– Es el m'as inteligente -replic'o Michael-. Y ha hecho lo que le ha parecido m'as acertado. Me pone en manos de Barzini y luego hereda el imperio Corleone. Como se figura que no puedo vencer, su razonamiento es perfecto.


Hagen dej'o pasar unos segundos antes de preguntar:


– ?Y son exactas las suposiciones de Tessio?


– El asunto presenta, al menos en apariencia, mal cariz para los Corleone. Pero mi padre fue el 'unico que entendi'o que el poder pol'itico y las amistades, pol'iticas tambi'en, valen m'as que diez regimi. Creo que tengo en mis manos casi todo el poder pol'itico que ten'ia mi padre. Pero nadie, excepto yo, lo sabe.


Dirigi'o a Hagen una sonrisa llena de confianza y a~nadi'o:


– Los obligar'e a llamarme Don. Pero lo de Tessio me entristece.


– ?Has dado tu conformidad al encuentro con Barzini?


– S'i. Para dentro de siete d'ias. En Brooklyn, en el territorio de Tessio. Suponen que creer'e que all'i estar'e seguro.


Michael volvi'o a echarse a re'ir.


– No te conf'ies -le advirti'o Hagen-. Durante los pr'oximos siete d'ias ve con mucho cuidado.


Por primera vez, Michael se mostr'o fr'io con Hagen.


– Para darme esa clase de consejos no necesito ning'un _consigliere_.


Durante la semana anterior al encuentro entre las Familias Corleone y Barzini, Michael le demostr'o a Hagen cuan cuidadoso sab'ia ser. No abandon'o la finca ni una sola vez, y no recibi'o a persona alguna sin que a su lado estuviera Albert Neri. 'Unicamente surgi'o una enojosa complicaci'on. El hijo mayor de Connie y de Carlo iba a recibir la confirmaci'on, y Kay le pidi'o a Michael que fuera el padrino. Michael se neg'o en redondo.


– No suelo suplicarte muy a menudo -dijo Kay-. Hazlo por m'i, te lo ruego. Connie desea tanto… Y tambi'en Carlo. Para ellos es algo muy importante. Por favor, Michael.


Kay advirti'o que su marido estaba irritado con ella, por lo que pens'o que insistir'ia en su negativa. Por ello, se llev'o una gran sorpresa cuando Michael le dijo:


– De acuerdo. Pero no puedo abandonar la finca. Que lo arreglen todo para que el cura confirme al ni~no aqu'i. Pagar'e lo que sea. Si los de la iglesia ponen problemas, Hagen los solucionar'a.


Y as'i, el d'ia anterior al encuentro con la familia Barzini, Michael Corleone actu'o como padrino del hijo de Carlo y Connie Rizzi. Al muchacho le regal'o un costoso reloj de pulsera y una cadena de oro. Se celebr'o una peque~na fiesta en casa de Carlo, a la que fueron invitados los _caporegimi_, Hagen, Lampone y todos los que viv'ian en la finca, incluida, por supuesto, Mam'a Corleone. Connie estaba tan emocionada que se pas'o la velada besando a su hermano y a Kay. Y hasta Carlo Rizzi se mostr'o sentimental, aprovechando el menor pretexto para estrujar la mano de Michael y llamarlo Padrino. Todo al estilo italiano.


En cuanto a Michael, nunca se hab'ia mostrado tan afable y extrovertido como aquel d'ia.


En un momento dado, Connie susurr'o al o'ido a Kay:


– Creo que Carlo y Mike ser'an muy buenos amigos a partir de hoy. Estas cosas siempre unen a la gente.


Kay apret'o el brazo de su cu~nada, y le dijo:


– Me alegro mucho.


ïðåäûäóùàÿ ãëàâà | El Padrino | cëåäóþùàÿ ãëàâà